jueves, 10 de septiembre de 2009

PARA PADRES DE HIJOS ADOLESCENTES

Padre hablando, hijo adolescente tapándose los oídos

Información para padres de adolescentes


Adolescentes: los rivales de papá y mamá

De pronto, un adulto que no es usted se vuelve importantísimo para su hijo. ¿Qué sucede?

Un día cualquiera los padres sorprenden un retazo de diálogo entre "la nena" o "el nene" y sus amigos. Y descubren que han dejado de ser mami o mi mamá, papi o mi papá: se han convertido en la vieja y el viejo. Es que la nena o el nene ya no existen, son adolescentes.
Infinitos detalles, significativos e intrascendentes, están indicando la nueva etapa. La primera menstruación, el primer corpiño, larguísimas conversaciones a puerta cerrada. . ., el cambio de voz, el súbito estirón, la escabrosa fotografía encontrada por azar entre los libros del colegio secundario. . .
Sí, hubo y hay muchas señales, señales de que el hijo cambia. Con una agridulce mezcla de nostalgia y alegría los padres reconocen y aceptan esos cambios.
Tal vez les resulte más difícil y más doloroso darse cuenta de que, aunque ellos sigan siendo los mismos de siempre, para el hijo también los padres han cambiado.

¿VOS QUÉ SABÉS?

Durante muchos años, durante toda la infancia, mamá y papá fueron para el hijo los adultos más importantes.
Ahora las cosas parecen haber cambiado. Ciertas observaciones de los padres son recibidas con una mirada dubitativa.
A propósito de una opinión cualquiera (una manera de vestir, una situación política, un disco, un veraneo en carpa. . .) los padres reciben una desdeñosa y agresiva pregunta: ¿vos qué sabés?
No importa que mamá y papá sean jóvenes, no importa que estén actualizados, no importa que hayan concretado logros importantes, como una situación profesional o económica brillantes, por ejemplo, ni importa -aparentemente- que se muestren afectuosos, dispuestos a escuchar y entender, tarde o temprano, el ¿vos qué sabés? les caerá como un reproche, un desengaño, un desprecio. . .

Para afirmarse en su nuevo mundo, el adolescente necesita modelos adultos que lo ayuden a diferenciarse de mamá y papá.

OTROS ADULTOS EN ESCENA

De repente, el adolescente de 13 o 14 años entabla amistad con la señora del departamento de arriba. En realidad, se trata de una señora bastante parecida a mamá: tiene casi la misma edad, es simpática como ella, pero. . .
Frente a su madre el adolescente se muestra a menudo hosco, silencioso. En cambio lleva al departamento de arriba sus discos preferidos, su juego de ajedrez, sus confidencias.
Con la adolescente ocurren fenómenos similares. Una profesora, por ejemplo, se constituye en árbitro de lo que debe pensar y hacer una mujer moderna. Y papá empieza a resultar un señor carente de atractivos en comparación con algunos de los hombres adultos que la jovencita trata con cierta frecuencia.
Para algunos adolescentes, más inclinados al trabajo intelectual, un escritor, una actriz, un político, pasan a ser figuras clave: sus posters empapelan la habitación del hijo. Junto a ellos, el padre y la madre aparecen convertidos en pigmeos lamentables.
Y si los padres no comparten sus preferencias, tanto mejor. Con esa señal el adolescente siente que no se equivoca.

UN POCO DE HISTORIA

Los psicólogos aclaran que es normal que todo esto ocurra, pero para comprenderlo hay que retroceder varios años en su historia y en la historia de la relación del hijo con los padres.
Para el varoncito, la primera representante del sexo opuesto es su mamá; para la nena, su papá.
Durante la primera infancia, aproximadamente entre los 2 y los 5 años, la relación con ese primer representante del sexo opuesto se hace muy intensa.
Si todo marcha normalmente, el nene experimenta un "enamoramiento" respecto de la mamá; la niña, a su vez, vivirá con su padre una especie de "noviazgo".
Estos sentimientos, que los adultos hemos olvidado y no alcanzamos a evaluar en su tremenda dimensión, son muy fuertes. Y, como todo afecto, están ligados a la sexualidad. Por supuesto, no a la sexualidad (o mejor dicho, a la genitalidad) tal como la concebimos en un sentido adulto, sino a las formas de sexualidad infantil que comienzan desde los primeros días después del nacimiento del bebé y evolucionan durante la infancia.
Después de un largo y doloroso conflicto, tanto el varón como la niña acabarán por aceptar que el padre y la madre constituyen una pareja frente a la cual ellos sólo pueden situarse como hijos.
El conflicto previo, vivido confusamente y más bien a nivel inconsciente, será olvidado. En los años que siguen (durante la segunda infancia), los chicos ingresan y permanecen en una etapa de relativa tranquilidad, bien instalados en su propio mundo infantil.
Al comenzar la adolescencia, tanto el varón como la niña se enfrentan con un brusco despertar de su sexualidad. Y, al menos biológicamente, están preparados para ejercer su genitalidad tal como lo harán después en su vida adulta.
Es natural que, entre otras cosas, se despierte también un gran interés por el sexo opuesto, y las fantasías amorosas con el otro sexo reviven la importancia de aquella persona que fue el primer representante del sexo opuesto: mamá o papá.
Para el adolescente, la madre seguirá siendo -por decirlo de alguna manera- la imagen de la mujer con la cual él habrá de formar pareja. Para la adolescente, el padre cumple un papel equivalente.
Pero ¡atención!, las fantasías, los deseos, los afectos que el varoncito o la niñita podían permitirse a los 4 o 5 años, ahora resultan muy peligrosos, porque están prohibidos, porque resultarían inconcebibles, casi sacrílegos, y porque reviven, además, aquella vieja historia de conflictos que afortunadamente se ha olvidado y sería muy penoso recordar.
Sin darse cuenta, el adolescente trata de poner distancia entre él y sus padres. Verlos "viejos", sentir que no sirven, observar sus fallas (verdaderas o imaginarias), son medidas de protección que el adolescente establece. De ese modo no se corre el riesgo de que mamá sea la única mujer posible, o de que papá se convierta en el hombre buscado.
Así, el adolescente canaliza el afecto y la admiración que estarían destinados a los padres hacia otras figuras adultas. Esos "amores platónicos" equivalen al flirt que no se puede (y no se debe) mantener con mamá o con papá.

LA INDEPENDENCIA

Sí, la adolescente dedicará a un profesor, a un actor o al dueño de la disquería el afecto y las seducciones de mujer en cierne que no debe poner en juego con "el viejo". El jovencito llevará a cabo un sutil cortejo de la vecina de arriba, o escribirá versos.
Pero eso no es todo. Ambos experimentan la necesidad de definirse a sí mismos como individuos independientes. Hay que cortar amarras con la casa-nido. Hay necesidad de separarse y diferenciarse de esos padres que hasta ahora constituyen el casi único modelo.
Entonces, los adolescentes buscan fuera de casa figuras adultas que, de acuerdo con sus inclinaciones, les brinden modelos de hombre o de mujer adulta.
Si esos modelos resultan muy diferentes de los padres, el adolescente sentirá que lo liberan más rápidamente del estrecho ámbito familiar. Le evitan, además, los sentimientos de impotencia o envidia que pueden surgir cuando se trata de imitar a una madre o a un padre que, a pesar de todo, siguen siendo para el jovencito muy perfectos (no obstante todas las críticas que les dirige).
Es decir que el adolescente se identifica con hombres que no son su padre y la adolescente toma como modelos mujeres distintas a su madre, para diferenciarse y para ponerse a cubierto -de alguna manera- de temibles comparaciones. Esos adultos les ofrecen, además, un modelo necesario para su crecimiento.

COMPRENDER NO ES FÁCIL

Para mamá y papá la situación es difícil.
Es doloroso aceptar que los hijos crecen y empiezan a alejarse -inexorablemente- de ellos.
Suele ser desagradable escuchar algunas críticas del hijo, que a veces tienen aspectos válidos, y se suman a ciertas inevitables sensaciones de envejecimiento, de fracaso, típicas del comienzo de la edad madura.
Además, aunque no queramos confesarlo, a menudo sentimos celos de esos rivales adultos que parecen acaparar la atención de nuestros hijos. Y, sin embargo, lo único que protegerá el vínculo con los hijos en esta etapa difícil es la comprensión.
Entender que ellos necesitan separarse de mamá y papá. Entender que deben aprender a buscar fuera de casa sus objetos de amor. Aceptar que les es imprescindible definirse a sí mismos como futuros hombres o futuras mujeres. Aceptar que, dentro de unos años, conquistada la independencia, nuestros hijos seguirán su propia vida, con los aciertos y errores, la felicidad y el sufrimiento que toda vida humana implica.
El adolescente vive una etapa de crisis y de aprendizaje. Es importante que la pareja de los padres mantenga su estabilidad. Es importante, para él, advertir que papá y mamá forman una pareja sólidamente integrada. Y también es importante que sienta que él, como hijo, conserva el afecto de los padres, a pesar de sus desplantes ocasionales y de sus ansias de independencia.
Las necesidades de autonomía del adolescente deben ser respetadas. Respetemos sus silencios, sus inclinaciones, sus relaciones con el mundo, sus maneras de ser.
Comprender, amar y respetar no significa, sin embargo, aceptar cualquier cosa.
Podemos entender por qué nuestro hijo nos suelta el ¿vos qué sabés?; pero le pediremos el mismo respeto que mostramos por sus opiniones.
Trataremos de que sepa que tiene derecho a hacer sus experiencias y probar sus fuerzas; pero debe saber también que tenemos la obligación de evitar que lo dañen, y que no renunciaremos a esa obligación.
Facilitaremos su contacto social con otros adultos, pero observaremos cada situación a una prudente distancia. Cuando el sentido común nos indique que alguna relación presenta matices perturbadores, intervendremos con el mayor tacto posible, pero con firmeza.
Es difícil discernir dónde acaba el sentido común y dónde empiezan los prejuicios, o los celos frente a ese hijo distinto de nosotros, dispuesto a forjarse una vida diferente de la nuestra.
Sólo la sinceridad con nosotros mismos, la aceptación de que podemos estar equivocados, la voluntad de respetar el crecimiento de nuestros hijos nos permitirán acertar en cada caso con la actitud adecuada.

(Información extraída de revista "Vivir". Informe realizado por Rosa María Rey y psicóloga Marta De Mosner).

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